Reflejos primarios: la base oculta del movimiento y el aprendizaje infantil


1. Lo que parece torpeza, a veces no lo es


“Mi hijo se tropieza mucho.”

“Camina raro, como si fuera de puntillas.”

“Se le cae todo de las manos.”

“Le cuesta concentrarse.”

Si alguna de estas frases te suena, no estás solo.

Muchos padres piensan que su hijo es “torpe”, “despistado” o “perezoso” cuando en realidad hay algo más profundo detrás: una inmadurez neurológica.

El cerebro de un niño es como una orquesta que aprende a tocar coordinadamente.

Pero si algunos instrumentos (reflejos) siguen sonando cuando ya no deberían, el resultado es ruido y descoordinación.

Eso es lo que ocurre cuando los reflejos primarios no se integran correctamente.


2. Qué son los reflejos primarios y para qué sirven


Los reflejos primarios son respuestas automáticas e innatas con las que todos nacemos.

Son reflejos que ayudan al bebé a sobrevivir en sus primeros meses de vida: mamar, girar la cabeza, agarrar objetos, mover brazos o piernas.

Algunos ejemplos:

  • Reflejo de búsqueda: el bebé gira la cabeza cuando se le roza la mejilla, buscando el pecho.
  • Reflejo de Moro: respuesta de sobresalto cuando siente una caída o ruido fuerte.
  • Reflejo de prensión: cierra la mano al sentir algo en la palma.
  • Reflejo plantar: al estimular la planta del pie, los dedos se abren.

Estos reflejos son esenciales al nacer, pero tienen fecha de caducidad.

A medida que el sistema nervioso madura, deberían desaparecer o integrarse para dar paso a movimientos voluntarios, coordinados y conscientes.

Cuando eso no ocurre, el cuerpo sigue reaccionando de forma automática, como si aún fuera un recién nacido.

Y eso, aunque no lo parezca, puede afectar al movimiento, la postura, el equilibrio, la escritura o incluso la atención.


3. Qué ocurre si los reflejos no se integran


Cuando los reflejos primarios permanecen activos más tiempo del que deberían, el niño no puede desarrollar plenamente las habilidades motrices voluntarias.

Es como si su cerebro estuviera ocupado gestionando respuestas automáticas, en lugar de centrarse en aprender movimientos nuevos.

Algunos ejemplos muy concretos:

  • Reflejo plantar no integrado:
    El niño camina de puntillas o “dando saltitos”, evitando apoyar todo el pie.
    Esto afecta al equilibrio y al patrón de marcha.
  • Reflejo tónico laberíntico persistente:
    Dificulta mantener el equilibrio o sentarse erguido durante mucho tiempo.
    Son niños que se cansan al escribir o necesitan moverse constantemente.
  • Reflejo espinal galántico activo:
    El niño no soporta etiquetas en la ropa o se retuerce al estar sentado.
    Puede parecer inquieto o distraído.
  • Reflejo de prensión palmar activo:
    Dificulta el agarre del lápiz o los utensilios.
    La escritura se vuelve torpe, la motricidad fina no se consolida.
  • Reflejo de Moro persistente:
    Hiperalerta, sobresaltos frecuentes, dificultad para concentrarse o relajarse.
    En algunos casos, ansiedad o hipersensibilidad sensorial.

Estas señales no siempre son evidentes.

A menudo, el niño compensa con otras estrategias, y por eso pasa desapercibido.

Pero con el tiempo, esa descoordinación se refleja en el cuerpo y en el aprendizaje.


4. Cómo se integran los reflejos: desarrollo neurológico y movimiento

La integración de los reflejos primarios ocurre a través del movimiento y la experiencia.

El bebé necesita moverse libremente, rodar, reptar, gatear, arrastrarse, jugar en el suelo.

Cada etapa del desarrollo motor tiene una función:

  • Boca abajo: fortalece cuello y espalda.
  • Rodar: coordina tronco y lateralidad.
  • Gatear: conecta hemisferios cerebrales y estimula la visión.
  • Caminar: consolida la coordinación general.

Cuando un bebé pasa mucho tiempo en hamacas, carritos o en brazos sin libertad de movimiento, puede saltarse etapas importantes.

Y eso hace que algunos reflejos no lleguen a integrarse del todo.

Lo mismo ocurre cuando el niño enferma con frecuencia, duerme mal o vive con estrés constante: su sistema nervioso se adapta, pero no madura correctamente.

Por eso es tan importante respetar el desarrollo natural y ofrecer oportunidades de movimiento.

El cuerpo aprende moviéndose.


5. Cómo saber si tu hijo tiene reflejos no integrados


Existen algunos signos de alerta que pueden hacer sospechar que hay reflejos persistentes:

  • Tropieza a menudo o le cuesta mantener el equilibrio.
  • Se sienta con las piernas en “W”.
  • Camina de puntillas.
  • Le cuesta escribir, abrocharse botones o atarse los cordones.
  • Tiene una postura encorvada o se apoya constantemente.
  • Se distrae con facilidad o tiene dificultades para concentrarse.
  • Rechaza ciertas texturas o etiquetas de la ropa.

Si reconoces varias de estas conductas, no significa que haya un problema grave, pero sí puede ser una señal de que su sistema nervioso necesita ayuda para madurar.


6. Evaluación profesional: cómo lo hacemos en Therapeutes

En Therapeutes, realizamos una valoración neurológica y postural completa.

Durante la sesión observamos el movimiento del niño, su postura, su coordinación y reflejos.

A través de pruebas simples y juegos, se detecta si algún reflejo primario sigue activo y está interfiriendo en su desarrollo.

El objetivo no es etiquetar, sino entender el origen del comportamiento o dificultad.

Una vez identificado el reflejo, se diseña un plan de integración con ejercicios específicos:

  • Movimientos de reptación y coordinación cruzada.
  • Ejercicios vestibulares (equilibrio y control del eje corporal).
  • Actividades que estimulan la lateralidad y la conexión hemisférica.
  • Trabajo visual y propioceptivo.

Con el tiempo, estos ejercicios ayudan al cerebro a reorganizarse.

Cuando el reflejo se integra, el niño gana control, seguridad y confianza.

Y lo mejor: mejora en todos los ámbitos, desde la motricidad hasta la atención.


7. Ejemplos del día a día: lo que los padres suelen ver


Imagina a un niño que camina de puntillas.

Los padres piensan que “es su forma de caminar”, pero en realidad su cuerpo está compensando un reflejo plantar activo.

Con el tiempo, esto puede generar sobrecarga muscular o problemas de equilibrio.

O el caso de un niño que tropieza constantemente con las líneas del suelo.

No es que no vea bien ni que sea torpe: su cerebro aún no procesa correctamente la información espacial.

También están los niños que no paran quietos, no porque sean hiperactivos, sino porque su cuerpo necesita moverse para calmar una tensión interna provocada por reflejos activos.

Cuando estos padres entienden lo que pasa, cambia todo:

Dejan de pensar que su hijo “no quiere” y empiezan a ver que su hijo no puede… todavía.


8. Qué pueden hacer los padres en casa


Aunque la intervención profesional es clave, hay hábitos que pueden ayudar en casa a favorecer la integración neurológica:

  • Deja que tu hijo se mueva. Menos pantallas, más suelo, más juego libre.
  • Evita mantenerlo demasiado tiempo sentado. El movimiento estimula la maduración del sistema nervioso.
  • Favorece actividades cruzadas. Lanzar y atrapar pelotas, gatear, juegos que impliquen coordinación.
  • Masaje y contacto físico. Estimula la propiocepción y la conciencia corporal.
  • Respeta el descanso. Dormir bien es esencial para el desarrollo neurológico.

No se trata de hacer ejercicios complejos, sino de darle oportunidades de moverse de forma natural y variada.


9. Cuándo pedir ayuda profesional


Si notas que tu hijo tiene dificultades motoras, posturales o de atención que no mejoran con el tiempo, pide una valoración.

En Therapeutes, nuestro equipo puede ayudarte a identificar qué reflejos están interfiriendo y trabajar un plan de integración adaptado a su edad y situación.

El proceso es ameno, respetuoso y siempre orientado al progreso.

Los resultados son visibles: más equilibrio, mejor coordinación, más concentración y, sobre todo, un niño más seguro y feliz.


Conclusión


Los reflejos primarios son la base del desarrollo motor y neurológico de todo niño.

Si no se integran correctamente, pueden interferir en su aprendizaje, su movimiento e incluso su comportamiento.

Detectarlo a tiempo marca la diferencia.

No se trata de poner etiquetas, sino de entender cómo funciona el cuerpo de tu hijo y ofrecerle las herramientas que necesita para avanzar.

Un niño que se mueve con libertad, que tiene un cuerpo bien coordinado, tendrá una mente más libre para aprender y disfrutar.

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